¿»carga» docente o «encargo» docente? Ésa es la cuestión.

Para mí es un privilegio, casi diría que un honor, el poder ponerme periódicamente delante de unas personas para exponer mi punto de vista sobre un tema que me apasiona y poder construir, junto a ellas, un aprendizaje. Un aprendizaje que, casi siempre, es en doble sentido. Mis estudiantes aprenden conmigo, pero yo también aprendo gracias a mis estudiantes.

Por eso me resulta tan sorprendente la postura de algunas personas que comparten mi profesión y el lenguaje que se usa. Para mi, el poder de las palabras es muy claro. No son asépticas. Las palabras vienen cargadas de connotaciones. La docencia nunca es, ni será, una carga para mi. Casi diría que es una bendición. La docencia me permite construir y construirme.

Tengo el privilegio de poder observar la evolución de unas personas, de ver como levantan un andamiaje sobre el que irán completando, a lo largo de su carrera profesional, sus competencias.

Tengo la oportunidad de debatir con ellas la utilidad, repercusiones, mejoras o aplicaciones de los avances científicos. De transferir una investigación aplicada (que es la que me gusta desarrollar) o de ayudarles a digerir una investigación básica (que a veces también se me indigesta a mi un poco).

Todo esto me emociona y lo disfruto a lo largo del proceso. Por eso, ser docente lo vivo como un privilegio.

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